LA IMPORTANCIA DEL PH DEL SUELO EN AGRICULTURA

El pH es una de las variables más importantes en los suelos agrícolas, pues afecta directamente a la absorción de los nutrientes del suelo por las plantas, así como a la resolución de muchos procesos químicos que en él se producen. En general, el pH óptimo de estos suelos debe variar entre 6,5 y 7,0 para obtener los mejores rendimientos y la mayor productividad (Prasad & Power, 1997), ya que se trata del rango donde los nutrientes son más fácilmente asimilables, y, por tanto, donde mejor se aportarán la mayoría de los cultivos (Figuras 1 y 2). En cambio, también hay nutrientes (generalmente microelementos) y cultivos que se adaptan mejor a pH más bien ácidos o básicos.

 

Así mismo, esta unidad química es un valor no constante a lo largo del año, pudiendo variar incluso un punto en suelos arenosos. Este proceso se debe, principalmente, a los aportes nitrogenados en épocas concretas (fondo y cobertera) donde se descienden los valores para volver a aquellos iniciales cuando la mineralización finaliza.

En los suelos donde no se consiga llegar a la neutralidad, es preciso tener en cuenta diversos puntos para controlar el uso de fertilizantes y cultivos concretos:

Por un lado, los suelos ácidos presentan problemas de retención de macroelementos como el calcio, magnesio y fósforo, mientras que, por el otro, todos los micronutrientes (salvo el molibdeno) son mejor absorbidos en este tipo de suelos. Esta última característica puede ser la causa de deficiencia de elementos necesarios o de toxicidad por su excesiva absorción (generalmente los metales).

Además, las condiciones de este tipo de suelo pueden generar la precipitación de ciertos micronutrientes al reaccionar con el fósforo, retrodegradándolo y haciéndolo inaccesible para las plantas (Benton, 2003), e incluso, en condiciones extremas, pueden afectar la estructura del suelo (Edward, 2000). El pH del suelo influye en la disponibilidad de los nutrimentos para las plantas, es decir, este factor puede ser la causa de que se presente deficiencia, toxicidad o que los elementos no se encuentren en niveles adecuados (Benton, 2003).

Otra característica peyorativa de este tipo de suelo es el efecto depresivo que supone sobre los microorganismos del suelo (lombrices, ácaros, bacterias, etc…), ya que reduce la humificación y la mineralización de la materia orgánica, impidiendo un correcto desarrollo de los mismos.

De otro modo, la presencia elevada de calcio en los suelos básicos hace que el 80% del fósforo que contiene un suelo reaccione con él, formando fosfatos cálcicos [generalmente Ca3(PO4)2] insolubles, y, por lo tanto, no aprovechables por las plantas.

Gran parte de los micronutrientes son vagamente absorbidos en este tipo de pH, incidiendo en el erróneo funcionamiento de la ley del mínimo, en la que la ausencia de uno de ellos merma el correcto funcionamiento del resto de elementos aportados, incidiendo negativamente en las funciones y los procesos de crecimiento de los cultivos.

Sin embargo, si es dificultoso sobrellevar un cultivo en condiciones extremas del suelo, es también posible variar su nivel de pH, técnica cada vez más utilizada en los últimos años. Es necesario conocer que la capacidad para corregir un poco el valor del pH a base de compuestos (minerales y orgánicos) es muy elevada, ya que el poder tampón del suelo es impresionante. De este modo, sólo se recomienda realizar estas actuaciones cuando se tienen valores de pH del suelo insostenibles, muy básicos o muy ácidos, donde se dificulta enormemente el desarrollo de las plantas, pues su corrección implica costes económicos muy importantes. Deben ser aportados con bastante antelación al establecimiento del cultivo ya que su acción es lenta. Así mismo, es un procedimiento que se mejora de manera gradual a lo largo de los años, de modo que requiere un esfuerzo paciente y laborioso.

En función de los valores del pH, se han desarrollado diferentes técnicas para neutralizar las condiciones del suelo:

Sobre los suelos ácidos, no muy recurrentes en la zona del Valle del Ebro ni en el resto del territorio peninsular (mayormente comunes en suelos del Ecuador, donde se producen lavados naturales muy frecuentemente por presencia de lluvias torrenciales), la aplicación de enmiendas de calcio (cales o carbonatos cálcicos), y de calcio y magnesio (dolomitas), son los métodos más usuales para neutralizar el pH. Se trata de productos cuya concentración (proporcionalmente) y granulometría (inversamente) ayudan a establecer un ambiente propicio en la raíz para el desarrollo normal de los cultivos (Prasad & Power, 1997; Havlin et al., 2005; Benton, 2003).

 

Por su parte, la mayoría de los suelos del Valle del Ebro son gravemente básicos y, además, contienen un contenido medio de 1–2% de MO (Figura 3), lo que repercute en una capacidad de absorción de agua y oligoelementos muy limitada.

 

Una de las opciones para reducir este inconveniente es el uso de ácido sulfúrico, polisulfuro de calcio, azufre elemental o sulfato cálcico dihidratado (yeso) cuando la basicidad se asocia a elevados niveles de sodio. Sin embargo, en las condiciones medias de los suelos agrícolas que engloban el río Ebro, los aportes en base a abonos orgánicos, que aportan nitrógeno en forma amónica (NH4+), permiten, además de aumentar la capacidad de absorción del nitrógeno disponible, descender los niveles de producción de iones H+ en el suelo y consigo de pH.

2 NH4+ + 3 O2 à 2 NO3 + 8 H+

Figura 4. Reacción química de nitrificación y descenso de pH.

Además, gracias a su alto contenido en materia orgánica (MO), es posible mejorar notablemente las propiedades físicas (reducción de la erosión, aumento de la capacidad de retención de los minerales y la humedad), químicas (aporte de nutrientes y micronutrientes) y biológicas (desarrollo de la actividad microbiana para una mejora en la disponibilidad de los nutrientes) de los suelos, factores determinantes en el éxito de las producciones en agricultura.

Hasta hace unos años, se venían utilizando estiércoles frescos, lodos de depuradoras o residuos industriales que tienen una serie de inconvenientes como el no estar esterilizados, posible presencia de hongos y metales pesados, alto contenido en agua o dificultad en el manejo por los olores que desprenden o las grandes cantidades que se necesitan aportar para cubrir las necesidades de los cultivos. La irrupción de abonos orgánicos de alta calidad de nueva generación en el mercado va a minimizar estos problemas y va a permitir ajustar las dosis de abonado, reduciendo además drásticamente las perdidas por evaporación o lixiviación:

  • Melfert: abono 100% orgánico, sólido, inoloro, peletizado, con un 66% de materia orgánica y totalmente esterilizado cuyo origen es gallinaza, estiércol de gallinas ponedoras, uno de los abonos orgánicos de mayor calidad que existen, dada su composición y riqueza mineral. Tiene una formulación NPK 4–3–3 y aporta una gran gama de microelementos, posee certificación ecológica y presenta solamente un porcentaje del 10% de humedad.
  • Marathon Agro: abono microgranulado órgano-mineral con una formulación 7–13–9 y micronutrientes, con 20% de contenido en materia orgánica procedente de gallinaza deshidratada, permite reducir el pH en dicho suelo favoreciendo la asimilación de los micronutrientes gracias a su aplicación localizada junto a la semilla. Asimismo, produce un desarrollo acelerado del sistema radicular: enraizamiento profundo, renovación de raíces, y aumento de pelos absorbentes (Figura 5). Gracias a su eficiencia y efecto inmediato, se podrá combinar con un abonado de fondo orgánico (más económico y con cualidades diferentes a las que aportan los abonos de síntesis) dando como resultado un plan de abonado de calidad, eficiente económicamente, que respete el medio ambiente y conserve la fertilidad de los suelos.

 

 

Texto: GUILLERMO CATALÁN SALAS

Nutrición y Salud Vegetal, Agropal S. L.